También van en helicóptero a las plataformas petroleras costa afuera, en el extremo austral del continente, y a veces descienden aferradas al "chinguillo" -un aparejo de hierro y cuerdas- a la cubierta del barco aguatero que llega hasta allí desde Chile, para verificar los documentos de la tripulación.
Ellas integran la planta de quince personas de la Delegación de Migraciones en Río Gallegos, de las cuales doce son mujeres y cuatro de ellas se ocupan de esos controles, dijo a Télam su flamante titular, María Soledad Oyarzo, una "gringa" de 30 años,
separada y madre de Thiago, de seis.
Soledad, a quien todos en la delegación llaman "Sole", desciende de ingleses y franceses llegados a Chile -Callahan por vía materna y Tornou por parte del padre, que quedó huérfano y fue adoptado una familia chilena de la que lleva el apellido-, habla
con orgullo de su trabajo y el de sus compañeras.
"La primera vez que fui a alta mar fue en 2008, cuando me nombraron inspectora. A algunos les da miedo, pero yo soy corajuda", asegura mientras sus ojos azules de mirada frontal ratifican sus palabras.
Ese valor suele verse a prueba muchas veces, como "cuando volvemos de noche navegando en la lanchita hasta cuatro horas a oscuras, cuando el tiempo cambia y el mar se pica o cuando hay mucho oleaje en el momento de subir al barco a controlar, porque tenés sólo un instante para aferrarte a la escalera", explica.
El servicio migratorio
Este se contrata mediante la agencia marítima con 48 horas de anticipación a pedido de los barcos que, para ahorrar costos, no ingresan al puerto y permanecen en rada, dentro de aguas argentinas, a unas 22 millas -35 kilómetros- de la costa.
A esas tareas se dedican también Daniela Alvarez, de 27 años; Mariela Vigil (35) y Silvia Ibañez, de 52 -quien en estos días se reponía de una lesión doméstica en un pie-, en tanto Fanny Garro (32) desistió y Claudia Sánchez (35) las realizó hasta que a su hijo Santiago, de 5 años, se sumó Mercedes, que ya tiene 2.
El viaje lo hacen en una lancha particular de unos siete metros de eslora que "duerme" en el viejo muelle carbonero de Río Gallegos, uno de los puertos más desfavorables del mundo, con diferencia de mareas de 12 metros.